“Entre el ying y el yang, ¿cuántos eones? Del sí al no, ¿cuántos quizás?
Todo es escritura, es decir fábula.
¿Pero de qué nos sirve la verdad que tranquiliza al propietario honesto?
Nuestra verdad posible tiene que ser invención, es decir
Escritura, literatura, pintura, escultura, agricultura, piscicultura,
Todas las turas de este mundo.
Los valores, turas, la santidad, una tura, la sociedad, una tura,
El amor, pura tura, la belleza, tura de turas.”
Capítulo 73. Rayuela. Julio Cortázar.
Nací en la provincia de Buenos Aires, en Argentina, en el año 1978; un mal año para nacer. Tan malo que no tengo partida de nacimiento original, ya que los milicos, en una acción desesperada por ocultar sus abominables crímenes, incendiaron el registro civil donde me inscribieron mis padres. Nací en plena dictadura, de las duras. Mi madre no puedo ejercer libremente su profesión, tiene el don de pensar. Mi papá no podía transitar tranquilo por la calle con su mono de mecánico y su barba tupida, y también tiene un gran don, el de reflexionar. Ambos son grandes pensadores, cada uno en su forma. En nuestra clase media, los libros, por miedo o por coacción, estaban como escondidos. En el cuarto del patio de mi casa había una estantería con unos cuantos. Desde pequeña me encerraba con mi perro Lobo (tal era su nombre) a mirar los lomos. Tuve la gracia de aprender a leer con cuatro años, un monstruo preguntón y molesto en ocasiones. Recuerdo que miraba los lomos de los libros con tanta curiosidad que siempre acaba inventando historias que le contaba al santo del perro; y en esos estantes de una madera enchapada horrible se mezclaban libros de mecánica de mi padre, de la carrera de mi mamá (asistente social) y otros que siempre me decían que eran de los dos: novelas. Yo creo que eran de mami, porque a papi le gusta leer el diario, de principio a fin, pero las novelas se le resisten. Los dos son buenos lectores, cada uno en sus lecturas. Yo soy ellos con un plus (plus gran ultra) añadido; un poco de aquí, un poco de allá y otro tanto de cosecha propia (la más radical y contundente, todo sea dicho). A lo que iba, que siempre hubo un lomo negro que llamó mi atención: en ella el dibujo de una rayuela. Me fascinaba. Hoy lo tengo yo. Me acompañó en el viaje transoceánico en mi bolso de mano. Siempre lo llevo conmigo. Y un nombre Julio Cortázar. Mi primer canalla, digamos que mi primer amor literario, mi gran amor.
Lo empecé a leer cuando tendría unos 15 años, y no pude. Siempre llegaba al mismo momento de la narración y no podía avanzar. Me quedaba en la casilla 3 del viaje glorioso de la tierra al cielo. A los 16 años lo logré: acabé en tiempo récord para mi yo adolescente y rebelde la lectura. Para quienes no me conocieron en esos años, mi rebeldía pasaba por llevar ropa enorme, escribir, leer y escuchar la radio. Era un ejemplar extraño, lleno de complejos, callada, perseguida por mis propios fantasmas, diferente a la que soy hoy. O puede que hoy sea una evolución de esa que fui, necesaria para ser hoy quien soy. Una hizo a la otra y viceversa. Que con 16 años interiorizar Rayuela fue un descubrimiento. Me mente quedó marcada para siempre en un antes y un después. Será por eso que siempre lo tengo conmigo.
Horacio y La Maga. París y Buenos Aires. Los discos y el jazz. La tierra y el cielo. La cordura y la locura. Esas partes que forman pequeños todos. Esos todos que me conforman como mujer. Rayuela mi novela de cabecera, a la que vuelvo siempre, en la que me miro y en la que miro el mundo. Sus letras: encerradas, llenas, vacías, sentidas, amadas, vapuleadas, usadas, ajadas, manipuladas, eternas, únicas. Yo soñaba con ser La Maga, tragedias incluidas, buscaba a mi Horacio. Pero también quería ser Horacio y bucear en ríos metafísicos y ser un poco Lucía para poder simplemente nadar. “Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impulso. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada. Y no lo sabe, igualita a la golondrina. No necesita saber como yo, puede vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga. […] Yo condenado a ser absuelto irremediablemente por la Maga que me juzga sin saberlo. Ah, dejame entrar, dejame ver algún día como ven tus ojos.” (Capítulo 21). Quería ser un poco de los dos, pero lo que realmente quería, y puede que en algún lugar siga queriendo, es ser escritura, fábula, invención. El gran señor Julio Cortázar rompió mi vida en dos, lástima nunca poder decírselo. Rayuela me acompaña. Me enseña, me marca, me ilumina el camino.
Las letras marcan mi camino. Me persiguen. Mi destino quedó marcado a mis escasos cuatro años, la lectura… Los libros me acompañan, vivo rodeada de ellos, duermen a mi lado, mis anteojos hay días que se escapan y leen por sí solos. Soy este engranaje gracias a mis lecturas. Quiero ser invención, quiero ser La Maga, quiero provocar todos los fuegos el fuego, quiero ir de la tierra al cielo en 9 casillas, un cielo rojo y negro. Quiero ir por la autopista del sur, ganar los premios, llorar sólo porque las instrucciones lo digan, conocer a ese tal Lucas, amar a Glenda, estar en París, buscar Buenos Aires. Quiero hacerme vieja y que todavía el Rayuela del año 1974 me acompañe, que sus tapas negras revestidas de cinta adhesiva resistan y que cuando mis ojos vuelvan al capítulo 90 y haya logrado ese gran objetivo velado que me enseñó don Julio: el verdadero amante amaba sin esperar nada fuera del amor.
Buenas. Excelente relato. Como si nos dieras la mano y nos pasearás por algunas de tus avenidas interiores y nos tomáramos algo en tu Gran Vía. Efectivamente, creo que el amante no necesita un porqué para amar, simplemente ama, su necesidad es que el sentimiento fluya y al fluir le proporcione felicidad o, al menos, satisfacción. Amar no es una venta, no es un trueque, es una marea o maremoto en una sola dirección, con eso basta, es lo inmenso. Amas a un ser, hijo, padre, hermano, novia, amigo, amiga, sobrino, mascota, incluso a una estrella, y no importa si ese ser te ama, te odia, te ignora o ni siquiera sabe si exsites, eso, si acaso, viene después, y es más asunto de la mente racional que del corazón pasional. Primero amas, después, si algo intenta perturbar, creas o piensas una ética para el amor, un código de honor, unos principios, no para violarlos, sino para respetarlos. Pero tampoco sin olvidar que todo crece, se mueve, cambia, se tranforma, incluso los principios, donde darte cuenta a tiempo supone saltar mucho y bien en el camino de la vida. Pienso que con Rayuela a los 16 años saltaste en el camino de tu vida. En lo profundo para mí significa, pincipalmente, que pudistes saltar, que algo te motivó a cambiar, trasnformó, y saltaste, que puedes saltar... que otra "Rayuela" nos espera en cualquier sitio y momento.
ResponderEliminar;-)
Mi aportación:
CAPITULO 93
"Amor mío, no te quiero por vos ni por mí, ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te queiro porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa, hay horas en que me atormenta que me ames (cómo te gusta usar el verbo amar, con qué cursilería lo vas dejando caer sobre los platos y las sábanas y los autobúses), me atormenta tu amor que no me sirve de puente porque un puente no se sostiene de un sólo lad..."
RAYUELA.
JULIO CORTAZAR.
Muchas gracias moderador! Tus palabras han conmocionado mi alma. Acertada cita. Seguiré ahondando en la huella y el salto.
ResponderEliminar