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Y jugar por jugar
Sin tener que morir o matar
Y vivir al revés
Que bailar es soñar con los pies
Joaquín Sabina
En estos días de problemas, de sinsabores, de desamores, de desencuentros, de destiempo creo que hemos perdido la capacidad de jugar. Sí, la de jugar. De jugar de forma limpia, apostar fuerte, aceptar las reglas, de perder o de ganar, también quedar en tablas. Perdimos la capacidad de organizar el juego, de buscar compañeros, cómplices de ese momento único, de dejarnos llevar por las mariposas en la panza, y de llegar al final, sin importar qué puede pasar, con la satisfacción de haber jugado. Jugar solo, de a dos, de a tres, en comunidad, con conocidos y con desconocidos. Jugar, hasta caer rendidos.
De pequeña jugaba a la escondida, a la mancha (la venenosa era mi preferida), al eslástico en el patio del colegio, al 1 2 3 cigarrillo 43 (hoy estaría prohibido porque los cráneos que nos gobiernan dirían que es un mal ejemplo para los niños, venga, que los que fumamos o ex fumamos no encendimos el primer pucho por esto) y de a la Rayuela, mi preferido. La rayuela es ese eterno camino de la tierra al cielo en diez pasos, qué gloria…
De preadolescente y adolescente preferí los juegos relacionados con los descubrimientos, de uno y del otro. Quién no dio más de un furtivo beso jugando a la botellita, manipulada hábilmente para que te tocara besar al chico que, en ese momento, te hacía soñar. En otro nivel, los juegos de mesa y de cartas también ocupaban buen tiempo. Por suerte, mi abuelo Oscar me inició en el mítico juego del truco, dónde el que miente siempre, o casi siempre gana… pero nunca seré tan buena jugadora ni de truco ni de la vida como lo fue él (te extraño lelito)
Y ahora sigo jugando, no quiero perder esta esencia, de otra forma y por momentos de manera mucho más cruel, en dónde el todo o nada se hace patente. Hoy mientras jugaba con Ernest pensaba cuánto que les exigimos hoy en día a los niños, miles de actividades, horas por un tubo fuera de casa (sí, necesitamos trabajar y para poder conciliar no queda otra opción) y qué poco tiempo real que tienen para jugar. Dejemos que jueguen, que inventen, que imaginen, que pongan reglas, que busquen a sus cómplices. Participemos en el juego y conectemos con el niño que llevamos dentro, volvamos a las esencias, a lo que siempre, desde que el hombre salió de la caverna, nos pide el instinto animal, y jugar es una de ellas. Juguemos, respetemos las reglas, la última casilla es la misma para todos. Vivamos y aceptemos el desafío de jugar. Yo hoy soñaré que vuelvo a jugar a la botellita, espero haberme puesto en el lugar indicado para plantarte un beso, bonito…
Juguemos, con nosotros, para ellos, con ellos, para nosotros. ¿Jugamos?